Comentario
La imagen pública del emperador ha llegado a nosotros gracias a los retratos que los miniaturistas nos legaron en obras de gran belleza, aunque destinadas a ser contempladas sólo por minorías. Debemos pensar que son un fiel trasunto de las representaciones que con el mismo sentido se reprodujeron por el arte monumental, hoy desaparecido. Por estas imágenes podremos ir viendo cómo el arte del retrato ha perdido los indicios de un cierto naturalismo antiguo superviviente en el período carolingio y se ha convertido en una convencional iconografía al servicio de la propaganda del aparato imperial.Una serie importante de estos retratos responde a fórmulas acuñadas en los talleres carolingios. Resulta aleccionador, para comprobar esta supeditación a los modelos, comparar el retrato de Enrique II -Sacramentario de Ratisbona- con el de Carlos el Calvo -Codex Aureus de San Emerano-. La copia otoniana no ha olvidado un solo detalle fundamental: emperador entronizado bajo un baldaquino, mano divina, portadores de las armas imperiales y la representación de las provincias. Todo el repertorio de símbolos imperiales romanos están en el retrato oficial del emperador otoniano, tomados del modelo carolingio. De las mínimas diferencias entre original y copia, resalta el atuendo del emperador Enrique, muy decorado con las aplicaciones de pedrería, siguiendo formas del vestir inspiradas en la etiqueta bizantina que tanta influencia ejerció en la corte de los otones.Un tema constante en este tipo de retratos es la referencia a las tierras del Imperio; la unidad de la antigua geografía imperial carolingia es discutida continuamente: Roma, Francia, Alemania se rebelan una y otra vez contra la autoridad del soberano. Su cancillería se ve obligada a difundir, entre los títulos imperiales, los que reivindican su dominio sobre territorios concretos: de esta manera no nos extraña que el lema "Renovatio imperii Romanorum" sea sustituido por el de "Renovatio regno Francorum", puesto que en este territorio se le discutía su supremacía.A esta problemática responde la amplia difusión de las imágenes del emperador recibiendo el homenaje de las provincias. La imponente figura del segundo o tercero de los otones, representada en el "Registrum Gregorii", muestra su mayestática distancia al ser representado con un tamaño descomunal con respecto a la personificación de las cuatro provincias que le rinden pleitesía. El mismo tema requiere una doble ilustración en los Evangelios de Otón III, compuestos en el taller de Reichenau. El emperador entronizado con el cetro y el disco terráqueo en las manos aparece rodeado de prohombres del Estado. Estos se agrupan en representación de la Iglesia y del Estado, dos obispos con los evangelios en la mano, dos nobles con las armas imperiales. Frente a esta ilustración un cortejo de cuatro mujeres coronadas y oferentes representan a las cuatro provincias imperiales (Sclavinia, Germanía, Gallia y Roma). Tal preocupación se tenía por este tema, que el miniaturista, que ejecutó el retrato de Enrique II de manera tan fiel, introdujo dos representaciones de provincia más, que no existían en la obra de Carlos el Calvo; la nueva problemática sobre la jurisdicción territorial del imperio quedaba así reflejada.La exaltación imperial sobre todas las naciones de la tierra es el tema de una ilustración del "Evangeliario de Enrique II" elaborado en Reichenau entre 1007 y 1012. Se representa, en lo alto, a Cristo coronando a Enrique y a su esposa Cunegunda presentados por san Pedro y san Pablo, mientras que, abajo, todas las naciones de la tierra aclaman la solemne ceremonia. La composición ayuda a transmitir la idea jerarquizada del orden imperial que veíamos en la concepción del programa decorativo de Aquisgrán: Dios, la institución imperial y la humanidad.Enrique II fue un hombre culto que participó activamente en los asuntos de la Iglesia. En general, destacaba por su piedad, por el interés por las reliquias. Tras su muerte, dejó una profunda estela de santidad. Estas circunstancias no debieron ser ajenas al reforzamiento de la actuación divina en relación con la persona del emperador. Acabamos de ver la misma imagen de Cristo participando en la coronación imperial. Aún más sorprendente es, como si se tratase de una ceremonia feudal de armar caballero, el acto de la entrega de los poderes a Enrique II por Cristo: el monarca, cuyos brazos sostienen los patronos de Ratisbona, Emerano y Ulrich, recibe la lanza y la espada de los ángeles, a la vez que el mismo Cristo le corona. El autor de esta ilustración del "Sacramentario de Enrique II" se inspiró en una obra similar del emperador bizantino Basilio II. El mismo origen en los ceremoniales palatinos de Bizancio, introducidos en la etiqueta imperial primero y, después, en los homenajes vasalláticos, tiene la conocida fórmula de postrarse ante el señor y besar sus pies. Por primera vez un emperador se mostraba en una actitud tan indigna en un mosaico de Santa Sofía de Constantinopla: así se presentaba León VI recibiendo su investidura de Dios. En Occidente, serán los monarcas otonianos los que difundirán esa imagen: Conrado II y su esposa Gisela, postrados en tierra, besan las plantas de Dios (Codex Aureus de Espira). Se convertirá en una fórmula característica del homenaje vasallático, que tendrá una amplia resonancia en toda la iconografía medieval, especialmente en el tema de la epifanía a los magos.De las imágenes imperiales, la más enigmática, a la vez que original, es la apoteosis de Otón III representada en "los Evangelios de Liuthar". El monarca aparece en el interior de una mandorla soportada por la figura mitológica de la Tierra, recibiendo la corona de Dios. Sobre el emperador, se desenvuelve un rollo que sostienen los símbolos de los evangelistas. Seguramente, se trata de una simple ilustración de los versos de la dedicatoria del libro, en la que se dice que los evangelios debían habitar en el corazón de Otón.